Usted está aquí: La familia Bendita Ancianidad



Amable lector: no te escandalices ni me tildes de irrespetuoso: ¿Quieres saber a quiénes me refiero cuando exclamo: ¡qué gacho es ser viejo!? Pues en primer lugar a mí, que soy uno de esos viejos y después, a cuantos venerables ancianos estén de acuerdo con la anécdota, (o a lo mejor, del cuento) del diálogo entre dos viejos:

"Oye, ¡qué gacho es llegar a viejo! ¿Verdad? Sí, es muy gacho llegar a viejo, pero es más gacho no llegar". Y por experiencia personal, y de incontables ancianos, es innegable que es muy gacho llegar a viejo, pero también es más gacho no llegar. "Gacho" no es un adjetivo refinado, pero es usado por el pueblo y es muy expresivo.

Es tristísimo envejecer.

¡Y cómo no va a ser gacho certificar en tu propia persona la paulatina disminución de energías corporales y mentales que vienen con la vejez! Ya los antiguos decían: "cada día muero", lo cual es rigurosa verdad; sólo que desde que nacemos hasta los umbrales de la ancianidad, es realmente poco y casi imperceptible lo que se muere diariamente, mientras que, llegando a la ancianidad, la muerte día a día acelera su acción de manera claramente perceptible.

Sí, es muy gacho que sentidos como la vista y el oído vayan perdiendo claridad y agudeza de percepción. Gacho que tu cuerpo pierda agilidad y sentir que tus piernas van disminuyendo su capacidad de sostener tu cuerpo con firmeza y, consiguientemente, ya no puedes correr, más aún, hasta tu caminar es más lento y bastante inseguro, por lo que quedas expuesto a caídas, frecuentemente provocadoras de dolorosas y más impedientes fracturas.

Gacho es que tus órganos vayan padeciendo afecciones que, según su gravedad, restringen sus funciones en beneficio de todo tu cuerpo, limitándote más en el comer, beber, dormir y distraerle.

Gacho y más triste aún es comprobar que, debido a la paulatina disminución de la irrigación sanguínea en tu cerebro, vas perdiendo la memoria, sobre todo de lo más reciente. ¡Con qué frecuencia tienes que detener tus pasos porque repentinamente se te olvida a donde o a qué ibas!

Más gacho es ir perdiendo lucidez mental y comprobar que tu imaginación se sustrae al dominio de tu voluntad, de modo que más que nunca se convierte en lo que Santa Teresa de Jesús llamó "la loca de la casa", porque se te convierte en una pantalla que exhibe incontables y atropelladas imágenes que no pocas veces parecen guiones de fantásticas y caprichosas cintas cinematográficas, que terminan por marearte por su multiplicidad y por la rapidez de su exhibición.

Y sin embargo...

Sin embargo, a pesar de que es muy gacho llegar a viejo, todavía sigue siendo más gacho no llegar, porque la ancianidad tiene también lo suyo de bueno, de constructivo, de emocionante y, sobre todo de meritorio si uno ha actuado y continúa actuando de acuerdo a su calidad humana y a su calidad de hijo de Dios.

San Pablo sintetizó estos aspectos tan excelentes de la ancianidad en estas palabras que con suma frecuencia tomo en cuenta: "Aún cuando nuestro hombre exterior(el cuerpo) se va desmoronando, el hombre interior, (el espíritu) se va renovando. de día en día" (2 Cor.4,16)

Es que en las personas humanas es de suma importancia llegar a la plena madurez de juicio, y de objetiva visión y apreciación de la vida, que tanto jóvenes como adultos deben aprovechar para que no tengan que aprender a costa de cometer los mismos errores. Es falso y presuntuoso afirmar: "Yo tengo derecho a equivocarme" por que es malo equivocarse y no existen derechos a hacer cosas malas.

Ciertamente, el inspirado poeta Rubén Darío (1 867-1 919), dijo una gran verdad cuando escribió: "juventud, divino tesoro", porque en efecto, la juventud es divino tesoro porque es un regalo de Dios, por su acopio de fuerzas físicas, de entusiasmos, de osadías para comprometerse en causas nobles, solidarias y hasta heroicas, pero no como lamentablemente acontece en millones de jóvenes que despilfarran tan gran tesoro en frivolidades y fruiciones de placeres prohibidos, abusando del sexo, del alcohol y de las drogas.

En efecto, la ancianidad como culmen de una vida guiada siempre por la verdad del Evangelio, impulsada por el amor a Dios y al prójimo, y comprometida con la justicia, es, a pesar de todos los achaques, antesala de la plena felicidad que, como dice San Pablo, Dios tiene destinada a quienes lo saben amar.

Por lo que a este servidor toca, reconozco que es un grande don divino que en el transcurso de mis ochenta años, me haya venido gastando y desgastando tratando de imitar cuanto más pueda a mi Señor Jesucristo en servicio a mis hermanos, igual que innumerables hombres y mujeres de la "Tercera edad" también lo han hecho en meritorio y a veces heroico cumplimiento de sus responsabilidades en su respectiva vocación cristiana.

Estoy seguro que ellos, como yo, le pedimos, a Dios la gracia de permanecer en esta vida hasta que ya no tengamos más cera qué quemar, para seguir irradiando la luz de Cristo a cuantas más personas podamos, aunque sea soportando con esperanza, fortaleza y alegría, tantas dolorosas afecciones que fundamentan la apreciación de que es muy gacho llegar a viejo.

Bienvenidos los achaques.

Efectivamente, tiene cierto rasgo de martirio el hecho de sobrellevar pacientemente los acumulados achaques de la vejez, pero eso mismo nos permite convencernos de que hay más profundas y más valiosas y más meritorias alegrías que las que surgen de los placeres corporales aún cuando sean legítimos.

No cabe duda que la ancianidad puede disfrutarse cuando es la etapa final de una vida íntegramente honesta.

Sin embargo, a quienes abusaron de su juventud y de su edad adulta, a quienes han vivido fuera de la verdad del Evangelio y contra el amor y la justicia, la ancianidad, por paciente misericordia de Dios, les brinda la oportunidad de reconciliarse con Él y con cuantos prójimos hayan lastimado. Y en la medida de su sincero arrepentimiento, deben aceptar sus achaques en expiación de sus injusticias.

Ojalá ningún joven o adulto sea de los que, como dicen, le dan vuelo a la hilacha, mientras tienen fuerzas corporales para realizar sus abusos, porque es de lo más triste que alguien deje de pecar, sólo cuando el cuerpo ya no lo soporta.

Qué pena que el amor a Dios y al prójimo no fueron capaces de sustraerlo al pecado. Por eso no van a ser merecedores de la cumplida alabanza que el Espíritu Santo hace del justo: "pudo pecar, y no pecó; pudo hacer el mal y no lo hizo".

Como tantas y tantas otras personas, yo me siento intensamente emocionado al comprobar con absoluta certeza, cuando ya va muy adelantado mi octogésimo primer año de vida, que he sido y sigo siendo un solo y mismo "yo", una sola y misma persona humana en el género masculino, desde que empecé a existir en el seno de mi madre, hasta el presente, aún cuando tengo recuerdos conscientes desde mis cinco años.

El uso de la razón humana en este mundo requiere de un desarrollo mínimo de nuestro cerebro y consiguientemente a esta íntima experiencia de conservar íntegra e invariable mi identidad, me gozo, sin envanecerme, en tantas y tantas cosas buenas que con la ayuda de Dios he hecho, y lamento las cosas malas cualesquiera que hayan sido. ¿Por qué?

Por que por su misma naturaleza, bueno es todo lo que nos hace mejores y malo todo lo que nos disminuye o pervierte.

Lo importante, pues, es que nadie ignore, en cuanto sea posible, desde su más tierna edad, esta realidad de nuestro ser y de nuestro que hacer humano para que no desperdicie absolutamente nada del tiempo que va a durar su vida, a fin de que nada tenga que lamentar cuando llegue a la ancianidad... ¡sí es que llega!

¿Acaso alguien tiene seguros tantos mas cuantos días, meses o años más de los que lleva vividos?
Por eso es una gravísima temeridad pensar y actuar de acuerdo a lo que nos pegue nuestra caprichosa gana, porque ni siquiera sabemos qué duración tendrá nuestra vida, y por consiguiente, estamos siempre en riesgo de morir con graves desfalcos morales merecedores de la exclusión eterna de la felicidad plena que experimentan cuantos ya están profundamente inmersos en la Verdad y en el Amor infinito de Dios, nuestro Padre, de Jesucristo, nuestro Redentor, y del Espíritu Santo, Señor y Dador de vida.

¡El Tiempo, Vuela!

De lo dicho se deduce que el tiempo es una verdadera y muy importante cuarta dimensión de nuestra persona, de nuestro "yo", porque sólo aprovechando todo nuestro tiempo de vida en este mundo podemos lograr muy alto grado de imitación de Jesucristo, que es el único modo de intentar constantemente ser perfectos, como perfecto es nuestro Padre Celestial, (Mt.5,48)

A la luz de estos evidentes razonamientos, percibimos con toda certeza que cualquier tiempo de nuestra vida que desperdiciemos, ya sea en la infancia, en la juventud, en la edad adulta o en la ancianidad, sin que crezcamos incesantemente en el conocimiento de la verdad de Dios y de la verdad de los hombres, así como en el amor a Dios y al prójimo, disminuye nuestra calidad humana y afecta en su tanto nuestra filiación divina.

Y cuando estos desperdicios de tiempo nos hunden en errores fundamentales, o en odios, rencores e injusticias graves, negamos radicalmente nuestra calidad humana y nuestra dignidad de hijos de Dios. En otras palabras: nos volvemos menos hombres, o de plano, ni hombres ni hijos de Dios.

De padres y maestros, de sacerdotes y aún de todos los adultos depende que ya desde niños todos aprendan a comportarse como quien está persuadido de que nunca en esta vida las personas humanas estarnos totalmente hechas cuanto podemos y debemos estarlo, y que, por tanto, hay que aprovechar toda la duración de nuestra vida en crecer "a la medida de Jesucristo el Hombre Nuevo creado por Dios en justicia y en santidad verdadera" (Ef.4, 24)

Salvaguardando los necesarios descansos y distracciones, todo espacio de tiempo no aprovechado para conocer más verdad y para obrar más amor y promover más justicia dejan un vacío interior en nuestro ser que nos convierte en "personas gruyere", así llamo yo a quienes desperdician tantos más cuantos tiempos de su vida.

El calificativo me parece muy atinado: ¿acaso el queso gruyere no es aquel que al ver toda la pieza parece como si fuera sólida y compacta en su interior, y, sin embargo, al partir las tajadas, su interior muestra numerosos vacíos, tanto que a veces estos son más amplios que el queso mismo que nos sirven?

¡No dudemos!: cada día, cada mes y, con mayor razón, cada año de vida que no crecemos en verdad, amor y justicia, por necesidad deja un vacío en nosotros de modo que podemos llegar a que nuestra interioridad sea más vaciedad que plenitud, más no ser, que ser.

Vivir Felices.

El gusto de vivir debe ser fruto de esta manera de actuar, y así, al correr de los años, y mucho mejor si llegamos a la más prolongada ancianidad, nos sentiremos, como suele decirse, muy realizados.

En efecto, el estado sicológico más deprimente que puede darse en nosotros, es el de la frustración. Sentirse frustrado, no por desequilibrio mental, sino por razones objetivas, equivale a la más dolorosa constatación de haber existido para muy poco o quizá para nada de valor espiritual, permanente, eterno.

Cuando le explico al pueblo en qué consiste esencialmente el estado de condenación eterna, así le digo: es la comprobación total, íntima e inexcusable, de haber existido para el mal, y no para el bien, de ser culpable de que por nuestro comportamiento el mundo sea hoy peor de como lo encontramos al nacer, y no mejor, como nos incumbe a todos y cada uno por nuestra dignidad humana y por nuestra filiación divina.

La condenación eterna no es castigo de Dios
. Él es el primero que respeta cabalmente y hasta el fin nuestra calidad de personas conscientes y libres, a quienes nos confió la responsabilidad de conocer y obrar siempre el bien y de conocer y evitar siempre el mal. No es, por tanto Dios quien castiga, somos nosotros que simple y llanamente llegamos a la meta del camino que de manera consciente y libre escogimos.

No hay caminos que lleven a ninguna parte. Todo camino es ruta obligada para llegar a una meta. El camino de la verdad y el bien conduce a la vida y a la felicidad eterna, el camino del engaño y del mal, a la perdición y frustración definitiva.

En ninguna etapa de nuestra vida debemos ignorar estas verdades fundamentales, de las cuales depende que apreciemos y aprovechemos cuanto más podamos los tiempos sucesivos de nuestro transitar por los senderos a veces polvorientos de este mundo, que indefectiblemente nos vuelca en la eternidad, la que, de acuerdo a nuestro modo de vivir, será gloriosa o desgraciada.

Bendita Ancianidad.

Así comprendernos mejor qué grande don de Dios es llegar a la ancianidad con tan amplias oportunidades de ser imágenes vivas de Jesucristo, aspirando seriamente a ser perfectos como el Padre.

Y, en el peor de los casos, cuando hayamos sido tan insensatos de haber empleado todo el transcurso de nuestra vida actuando como hijos de las tinieblas, para corregir nuestro rumbo perverso con el mismo grado de heroísmo con que Dimas, el Buen Ladrón, rectificó su vida criminal con los más intensos y meritorios actos de fe, esperanza y caridad hacia Jesucristo, cuando lejos de mostrarse, como en el Monte Tabor, transfigurado y glorioso Hijo de Dios hecho hombre, todo parecía indicar, de acuerdo a los vaticinios de lsaías, David y otros profetas, que era el desecho de los hombres, un gusano y no una persona humana, un maldito de Dios.

Dimas, a diferencia de Gestas, su compañero de perversas andanzas y suplicio, sin temor alguno, reconoció públicamente ante el pueblo y los Sumos Sacerdotes judíos la inocencia de Jesucristo, y al suplicarle humildemente que sé acordara de él cuando estuviera en su Reino, confesó de manera fehaciente que era verdadero Rey, pero como el mismo Jesús le dijo á Pilatos, no de este mundo, sino de otro que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni jamás criatura alguna pudo imaginar lo que Dios tiene preparado para los que lo saben amar.

Y si de algo más debemos estar seguros, es de que Dimas habrá sentido en aquel terrible y a la vez conmovedor momento, una grande angustia, un intenso pesar, una indescriptible pena por haber desperdiciado su vida en obrar tantos males que hasta las leyes humanas calificaron de crímenes, merecedores de ser castigados con la pena de muerte.

En este trasfondo de la vida de Dimas, desperdiciada de manera tan lamentable y destructivo de sí mismo y de otros prójimos; pero a la vez, teniendo plenamente presente la infinita misericordia de Jesucristo a la que el mismo Buen Ladrón se aferró como tabla de salvación en el naufragio de su existencia, tomemos las más firmes decisiones de no desperdiciar, de aquí en adelante, ni un instante de nuestro peregrinar por este mundo, aceptando íntegramente su amable invitación para ir siempre tras Él cargando con la cruz de nuestras responsabilidades y negándonos constantemente a toda mentira, engaño y maldad, pues para tal fin fue constituido por Dios, su Padre, nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.

LA FE ANTE LA ANGUSTIA DE LA MUERTE.

El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la separación perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo.

La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre.

La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando: El Omnipotente y Misericordioso Salvador, restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado.

Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a Él con la total plenitud de ser en la perpetua comunión de la incorruptible Vida Divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, librándolo de la muerte con su propia muerte.

Para todo hombre que reflexione, la Fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo "ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios, la vida verdadera".

Gaudium et Spes. n.18. Concilio Vaticao II .

LOS VIEJOS TENEMOS UNA GRAN MISION.

Hemos sido testigos, al final del Siglo XX, de acontecimientos verdaderamente extraordinarios en el terreno de la Fe. Vimos derrumbarse el Comunismo ateo que no pudo "matar a Dios"; en Rusia un florecimiento extraordinario de la espléndida Iglesia Ortodoxa Rusa, y en Cuba la visita del Santo Padre Juan Pablo II en enero de 1998.

¿A qué se debe este milagro? a los abuelos que han sido "el puente de la FE" sobre las más adversas circunstancias. Es de suma importancia, educar a nuestros hijos, para que sean los futuros abuelos guardianes de la FE.

LAS CUENTAS DE LA ABUELA .

En la Segunda Guerra Mundial, una joven alemana sabía ruso, y en un ataque del ejército enemigo, se refugió en una granja en la que agonizaba un joven soldado ruso, en medio de grandes dolores.

La joven, a pesar de sus sentimientos ante "el enemigo", se compadeció de aquel soldado que en su agonía le suplicó que lo ayudara a rezar "Las Cuentas de la Abuela" y murió repitiendo con la joven la oración de la abuela: el Santo Rosario.